martes, 29 de enero de 2008

III

Estúpidamente relaciono la belleza física con la necesidad de quien la posee (comúnmente mujeres) de tener un diálogo inteligente sobre la razón de su melancolía. Necesidad y sentimiento colocados en la persona nada menos que por mí, tal vez a causa misma de su hermosura.
¿Por qué?


José Lara, 2006, Veredictos Privativos, abril 25 de 2006, III.

Mitorfina: El texto

Acontinuación les ofrezco un texto narrativo de mi autoría llamado Mitorfina, mismo que ha inspirado en gran medida el presente blog. El texto intenta dar respuesta a la pregunta ¿Qué hay más allá del amor? y viaja por los posibles resultados de sus excesos. Lo dejaré hablar por sí mismo, invitándoles a disfrutar de su lectura y dejar su comentario.
A:
Sonia F., Sofía, Sophía, Sofia mía.
Marzo 8 de 2007

Mitorfina
José Lara

Hundido luego en el gélido fragmento de tiempo relativo, tirado y
próximo a tu cuerpo, una lágrima extenderé de mis moradas cuencas. Alto a la luz
lunar de tus pupilas… la sombra devora con su ácida presencia mi presencia…y la
tuya aún hoy me castiga.

JL

Camino contigo como caminan las parejas tomadas de sus sudorosas manos. Hay un asqueroso placer en ello. El sudor es excreción y nuestras líquidas mierdas forman un lodo potencialmente traslúcido escondido y avergonzado de su naturaleza en la bóveda epidérmica de nuestras cóncavas palmas.
Y caminando pienso que las jodidas parejas tomadas así de sus extremidades parecen letras emes mayúsculas. Me hace sonreír al pervertido viento que nos acaricia el hecho de que eme es la letra con la que la palabra masturbación inicia. Pienso en otras divertidas palabras con eme: mamar, mugir, mojigato, moscardón, membrana, mariposaenlacabezadedios, mocosintético, microrgasmo, maniacodepresivo, mielseminal, y luego pienso en tu nombre, Sofía, y concluyo que debe llevar una maldita eme en algún lugar.Veo tu cara y tus rojos labios se me antojan de cereza. Se me antojan inyectados en hemoglobonias tentadoras con bases de güisqui y otras cosas por el estilo.
Veo tu figura, delgada y nimia; tus ínfimos pero largos dedos que toman los míos; y a los de tu otra mano, que copulan con conceptos como cinética, belleza y quarks.
Veo tu cabello artificial y hermosamente teñido de rojo, como las alas de alguna mariposa que las posee púrpuras, rojo como la falsa sangre de los cortos baratos pretenciosamente ultraviolentos. Apendejantemente rojo.
Veo tu humanidad esculpida por Satanás. Noto tus defectos: tus recién nacidos barros rellenos de controladas dosis de grasa; tu breve cicatriz adornando el primer cuadrante de tu sien: cicatriz mental.
Te veo y te encuentro perfectamente real y no te amo de un modo comercial ni industrial, y disfruto parecer eme.
En fin, nuestros pasos son rítmicos y vamos hacia no sé dónde dijiste. Escucho cómo hablas de HP y PH, LH y AB; uno y dos, JL, la TV, los CD’s, el MP3 y el LSD; y de las hojas verdes de los jóvenes árboles que nos flanquean; y de cuando el hombre llegó a la luna; y de la divertida ocasión en que pusiste a tu perro tan caliente que su verga parecía pedir que la mamaras y gimieras, pero no lo hiciste.
Oh sí, Sofía, nos cayeron bien aquellas pipas sanas que hicimos con brandy y tabaco, porque cuando las fumamos te sentí más mía que los pelos de mi culo. Te presentí adorablemente mía y vi tus ojos color caoba que se entrecerraban y sonreían. Yo me hubiera tirado a tus pies y hubiera abrazado tus muslos perfectos y bronceados y te hubiera pedido que me cortaras la cabeza para que la sangre que transita mi cuello te manchara y te asomaras a mi cerebro y le hicieras el amor. Qué bien nos había caído fumar esos neuronales humos por los pulmones de nuestros asimétricos hipotálamos.
Me conmuevo porque me humillo hipotéticamente ante ti. Porque soy de toda tu asquerosa pertenencia, de cada nanoscópica partícula tuya. Soy hasta de los bordes rojizos de tu ano y de los recortados vellos de tus axilas que se encuentran atorados en alguna coladera.
Mientras me conmuevo en algún rincón de mi materia gris, mientras te amo en presente perfecto y en continuo, te detienes en un puente de cortante cemento y piedras pequeñas puntiagudas cuyos barandales son gruesos y permiten el asiento.
Te detienes mientras recuerdo cómo fumamos y tus ojos grandes recorren el paisaje de verde vegetal y marrón fecal de la tierra del parque.
Y los diez mil ojos de tus labios se humedecen sensualmente con tu saliva, y tus brazos están en mis hombros, y tus manos en mis mejillas, y la geometría fractal de tus pensamientos se simplifica en la dialéctica de tu lengua y el sonido, y me preguntas si me gustan las drogas sintéticas.
Sofía, Sofía mía, tú conoces mi inocencia. Tú sabes que nunca me he metido un buen pinchazo de nada, que nunca le he pegado a un microgramo de ninguna desértica arena, que ningún místico fluido teovaginal o elíxir caótico o vómito infrademoníaco ha invadido el torrente de mis venas.
Tú lo sabes y me pregunto si te burlas de mí. Me pregunto por qué eres tan cruel, por qué me avergüenzas ante los impulsos mentales que me invaden y que se llaman Yo uno y Yo dos y Yo no sé cuántos, y les das material para un festín de patadas en mi sentimental culo.
Pero te perdono y te digo penosamente que nunca las he probado, y me hablas de cuando una hermosa chica de cabellos negros como el silencio y tez blanca como la luz recompuesta frotaba su tersa piel de superficie de refrigerador sobre tus dulces pechos. Dices que no había cubierto la cuenta completamente, y terminas en que te compensó con nueve pastillas de mitorfina.
La mitorfina, la que salió de tu espejo, la que consumiste una vez y la amaste, la que está conformada de polvo comprimido de dihidrixoheroína, de éteres, ésteres, psicoaldehídos; la que está llena de cuando te dije que te amaba y lloré, de cuando la rabia me invadió en un apestoso cuarto de baño, de cuando besé dulcemente la carne rojiza de tus labios y me pediste que no lo hiciera; la que está llena de tus manos tersas y doradas, de tu estúpido cabello, de tus ojos radioactivos, de tu caliente saliva, babosa, ácida, deliciosa; la que está llena de tu hermetismo, de tu poesía…
Y de pronto comprendo que estoy consumiendo aquella pastilla, que se hace presente en mi garganta, y que desaparece y que no llega a mi estómago porque los hambrientos poros y micropopotes bárbaros de algún lugar han acabado con ella.
Un biovaho se origina en mi boca y sale, y se expande y expande, y su naturaleza gaseosa me besa, porque un beso eres tú y el vaho es tu alma que escapa de mí hacia la mesósfera y tal vez a la estratósfera y cuando llegue ahí hará el amor con Dios y yo implotaré de celos.
Oh, Sofía, Sophía, Sofia mía, ¿es que ya no me amas?, ¿es que has roto las leyes de mi egoísmo?
La mitorfina, droga que trasciende, droga única.
Los vapores, qué vapores, oh cerebro que sucumbe a la droga porque no necesita más. ¿Es que ya no me amas, Sofía?, ¿es que ya no soy objeto tuyo?
Y la droga se aloja en mi hígado o en los riñones o en otro maldito órgano de mi sustancia corpórea, y tú, ninfa, oréade, nereida de los mares grises de los desperdicios industriales de mi cerebro. Oh, hija de Neuromnemósine, sonido de mi deseo, de tu amor: la droga me impide amarte y me llama al amor hacia ella, y no puedo más que responderle y cogérmela por su ano demandante de mi semen. Oh pastillas del desamor, tabletas puras del spleen, segmentos trastemporales, interespaciales que me hacen olvidarte, y tú, Sophía, tú que me has mostrado este solitario jardín musulmán, este edén tremendo que me dice “ven a mí, que yo te extraño y te deseo”, que es una planta psiconívora, sólo observas, divertida.
La beso porque es ahora una mujer mitad tú, mitad todo, que me exige. Caigo al pasto y me revuelco en las esporas de las flores que lo bañaron y mis ojos se ponen en blanco y se roban mis pupilas: se las comen como un muerto se devora a sí mismo con sus órganos gusanoides, con sus entrañas biodegradables o esfumables.
Te odio porque ella me coge muy bien y me hace alcanzar uno y dos y tres y cuatro millones de orgasmos, y me duele, y me hace llorar y te pido que me liberes del placer, que ya no puedo más porque mi egoísmo se siente opacado: porque no me quiero lo suficiente para recibir estas cantidades obscenas de placer, porque nadie puede desear tanto, porque ya me desgarré la piel y los vellos y el polvo que la tierra del parque me ha puesto, porque todo me satisface horrorosamente.
Y tú te ríes y me masturbas, y yo no puedo detenerme y amaría quedar inconciente y olvidar que la mitorfina me ama y se llena con el martirio que me destroza, con el martirio de su amor.
Páralo, Sofía, has que se detenga, ya no lo deseo porque lo deseo más que a ti. Oh, Sophía, ¿es que ya no te amo?... ¡Te odio y ya no te amo más que a nada, porque me produce más dolor (placer) amar a la droga! Ya no, porque… y las nubes son yo y yo la droga, y mi pene explota de sangre porque está también inyectado de amor.
Ya no.
Mientras lloro, mientras el placer aún no llena el receptáculo de la razón, sufro la existencia de palabras y silogismos en su haber, intento destrozar conclusiones inminentes, que sin piedad carcomen mi ternura: que tú, Sofía, mi Sophía, has encontrado el modo de transmitirme tu indiferencia, que has dejado de amarme; y que yo ya no te amo, que lo único que necesito para llenar los desgraciados recipientes infinitos de mi egoísmo traidor es esta pastilla que tan rico coge, que es una conmigo, que, mientras tú te largas con un evidente asco por las múltiples eyaculaciones que me ha provocado: me ama, me ama, me ama, me ama, me ama, me ama, me ama.
FIN

Breves palabras sobre la mitorfina y el mitorfinómano

Imagina el máximo nivel de impureza, el orgasmo infinito, el libertinaje más alto, el ateismo perfecto: observarás la caída del hombre a través del placer.
El mitorfinómano es el asqueroso adicto a la mitorfina. La mitorfina es un droga ficticia.
Impotencia... El amor en su imposible totalidad es un comprimido blanco. Complemento alimenticio definitivo.
A su uso sólo puede seguir una serie de orgasmos tan potentes que amenazan con la deformación corporal... o con el cambio de agregación de la materia.
La locura es su corona.
Su adicción es incurable. Deliciosa, dolorosa, perfectamente incurable.